Más que introducir una “era de la información”, el cambio
radicalmente significativo de nuestra época es el desarrollo de una
“era de las conexiones”. Las redes tienen su lenguaje y su
cultura, que debemos aprender, donde se mezcla lo real con lo
virtual. Para esto, debemos detenernos en medio de la vorágine de
las redes, para pensar acerca de lo que vivimos, ganamos y perdemos
con ellas. Necesitamos tomar distancia para adquirir una nueva
visión.
El “Siglo de las Luces” y la revolución científica que le
siguió pusieron fin a una era y abrieron otra, que llamamos “Era
Moderna”. Un nuevo gran cambio está en marcha ahora, como han
señalado Alvin Toffler (“El cambio del poder”) y mejor
aún Moisés Naim (“El fin del poder”): las personas, las
instituciones y las empresas están perdiendo su poder. Pero no han
percibido adonde está yendo el poder, donde está el motor de este
cambio: en la explosión de múltiples formas de conexión, no solo
en la tecnología misma, sino también en el comercio, las finanzas,
los transportes e incluso la biología, sin que el poder resida en
una entidad específica.
El poder es de las redes y proviene del número, del tipo y de la
velocidad de las relaciones que establecen. Somos “hambrientos
de conexiones” dice Cooper (p.33) y la interconexión de redes
es tal que llegamos a una transición de fase, un concepto clave para
comprender el modo en que un súbito aumento de la conectividad
implica una transformación fundamental en cualquier sistema empírico
(como ocurre cuando el agua se transforma en hielo y sus moléculas
líquidas en cristales). Es un fenómeno también conocido en el
desarrollo de los ecosistemas y en la historia (como cuando el hombre
dejó de ser cazador-recolector para transformarse en agricultor),
donde se producen cambios en todos los aspectos de la vida. “En
un momento teníamos algunos usuarios conectados y de pronto tenemos
miles de millones en Facebook” (Cooper, pp.34-35).
El nuevo poder de las redes interconectadas borrará las
instituciones actuales, porque la interconexión cambia la naturaleza
de lo que une. Ninguna fuente de noticias, ningún gobierno podrán
dominarlo o descansar en él, dice Cooper, pero van a surgir líderes
que entienden este poder y sabrán como manipularlo, pero no sabemos
en qué sentido (p.26). “La acción de conectar nuestros
cuerpos, nuestras ciudades, nuestras ideas -todo- introduce una nueva
dinámica en nuestro mundo” (p.37). Y estamos solo en los
albores del cambio subsecuente.
Los líderes actuales no tienen conciencia alguna de la realidad y
del poder de la interconexión mundial en todas las áreas. Viven y
tratan de solucionar problemas que son consecuencia de ésta pero los
visualizan en términos obsoletos (Cooper, pp.46-48). Estamos lejos
de entender bien la nueva era que empieza: podemos empezar a
percibirla pero aún nos falta mucha experiencia. Y debemos aún
conciliar las dos eras, la que termina y la que empieza. Pero las
“escapadas” osadas del pensamiento tecnológico (generalmente de
los más jóvenes) deben ser controladas por el pensamiento
filosófico más profundo acerca del ser humano si queremos evitar un
desastre. Dominar la programación de las máquinas es mucho más
fácil que dominar los sistemas que serán afectados, advertía ya en
los años 70 el científico del MIT Joseph Weizenbaum, que colaboró
en el desarrollo de los primeros computadores. Los programadores
siguen impulsos que son fruto de la historia reciente, sin poder
escapar de ello, pero aún así están provocando la transición de
fase que alterará por siempre la historia. Entienden las redes a
nivel superficial (técnico) pero muy poco su realidad profunda y
menos aún adonde nos conducen.
Melvin Conway ya descubrió en los años 60 que las redes cambian
(rediseñan) el mundo real, aunque consideró solo las redes
telefónicas. Cuando Steve Jobs mostró el primer Macintosh en 1984,
cambió la industria informática. Con el iPod, en 2001, cambió la
industria de la música. Con el iPhone, en 2007, no introdujo solo un
nuevo teléfono: “introdujo una nueva manera de vivir”
(Cooper, p.53).
Hoy, el mundo real puede ser rediseñado por el mundo virtual que
invade las redes, debido a las conexiones.
En esta nueva era, la mayor batalla – que ha empezado – es
entre la libertad individual y la conexión. Las redes pueden ser más
eficientes que una planificación central y ser más productivas que
la estructura actual de los mercados. Pero nos pueden avasallar. La
protección reside en pugnar siempre por la libertad (pp.56-57).
Cuando, en 1963, Larry Roberts concibió la conmutación de
paquetes de datos binarios que presidió a la creación de la primera
red en 1969, la diseñó para que estos paquetes viajasen por
diferentes caminos, de tal forma que se asegurarían las
comunicaciones a pesar de un eventual ataque nuclear en uno o varios
puntos. No podía prever que favorecería también – décadas más
tarde – la epidemia terrorista y dificultaría su destrucción:
ningún ejército clásico es capaz de hacerle frente. (Recién se
exploran mecanismos de inteligencia artificial para eliminar mensajes
detectables, pero mensajes encriptados en la red oscura no podrían
ser encontrados ni eliminados).
Cualquier crisis local puede ahora hacer bola de nieve y afectar
todo el mundo (como ya ocurrió con los sistemas financieros). Esto
explica en gran parte la desconfianza generalizada en las
instituciones, incapaces de reaccionar (y de esconder sus errores).
Una pequeña fuerza (como Anonymous, o el mismo Edward Snowden)
unido a la red puede tener un impacto enorme a nivel mundial. Las
redes pueden ser más poderosas y peligrosas que cualquier ejército.
Un pirata puede “poner de rodillas” un país entero
atacando su sistema eléctrico, o incluso su sistema de defensa. Y no
es necesario pensar solo en los posibles desastres. Google ya es
capaz de descubrir y seguir las epidemias en el mundo. Skype hizo
desaparecer el negocio multimillonario de las compañías de
teléfono. Facebook quiere absorber los medios de prensa. Piense en
lo que significará para la salud la interconexión de los sistemas
nacionales de salud.
Todo indica que las grandes plataformas de hoy (como Google y
Facebook) podrían ser los “porteros” (gatekeepers) – y
controladores – del sistema mundial. Basta ver como están en vías
de absorber a los medios de comunicación (especialmente la prensa y
la televisión, así como todas la comunicaciones comerciales).
Tradicionalmente, el poder descansaba en estructuras jerárquicas.
Pero ya no es así: el poder de las redes es distribuido, compartido
por todos, pero no en forma igualitaria. Distribución y
concentración coexisten. Cada usuario es un nodo y todas las
relaciones son dinámicas y temporales, pero algunos nodos concentran
tantas conexiones que controlan la mayoría de los flujos. En efecto,
mientras más nodos se multiplican en la periferie, más poderoso se
vuelve el centro (o los centros, como las “plataformas”
digitales). ¡El tráfico interno entre los múltiples servidores de
Google, por ejemplo, ocupa el 10% de todo el tráfico de internet!
(Cooper, p.120).
Y estamos a punto de multiplicar en forma incalculable el poder de
las redes con la “internet de las cosas”. Quienes las controlen
“verán todo, siempre, en todas partes”, obteniendo un
poder inmenso (Cooper, p.87).
“Para entender la envergadura y las implicaciones de esta tormenta perfecta podemos pensar en estas tecnologías como partes integrantes de un súper organismo de gran complejidad. Esta nueva Internet Cognitiva y Ubicua cuenta con un sistema sensorial que no para de extenderse gracias a los miles de millones de sensores conectados y desplegados por todas partes.
Basta con contar el número de líneas móviles existentes en la actualidad para darse cuenta de que el número supera ya con creces el de habitantes humanos del planeta Tierra. Además, cada dispositivo móvil cuenta con múltiples sensores. La nueva red devora incesantemente volúmenes ingentes de datos que le permiten obtener información sobre el mundo. Gracias a esto aparecen multitud de nuevas oportunidades de negocio, basadas en la disponibilidad y explotación de estas nuevas fuentes de datos. [...] La nueva Internet es una red que necesita percibir el mundo. De igual forma que los humanos percibimos el mundo que nos rodea mediante nuestros sentidos, en el modelo IoT la red cuenta con un repertorio de sentidos muy superior al humano. Mientras que nosotros vemos, oímos y olemos lo que tenemos a nuestro alrededor, las nuevas redes de sensores pueden extenderse miles de kilómetros usando la nube para comunicarse y para almacenar datos y además pueden usar muchas más modalidades sensoriales.” (Xataka, 28/03/2016)
En el futuro, el poder será de quien domine la inteligencia de
las redes y ya no de las naciones ni menos de sus ejércitos. En toda
la historia, las redes (comerciales y diplomáticas) han jugado un
rol determinante, como demostró un estudio reciente de Johannes
Preiser-Kapeller, del Instituto de Investigación Medieval de la
Academia Austríaca de Ciencia, estudiando fenómenos de la Edad
Media. Descubrió que las redes de relaciones de la época medieval
seguían las mismas leyes establecidas en la “ciencia de redes”. Más determinante aún serán en los años que vienen.
[Extracto de mi libro de próxima publicación "Redes inteligentes - El poder de la comunicación"]
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