Podemos dudar de que el ser humano llegue a fusionarse con la máquina. Pero es de esperar que la inteligencia humana (todos los humanos, unidos en red) aprenda a operar cada vez mejor en asociación con las máquinas, inteligentes a su manera, expandiendo así su capacidad. Hemos de preparar a ello a nuestros hijos y nuestros alumnos:
“Ya hacia 2050, nuestros hijos enfrentarán otros modos de ser humano. Competirán con médicos, abogados, administradores, choferes, ingenieros cibernéticos inteligentes, inicialmente más costosos, pero amortizables a velocidad exponencial. Una muestra análoga son los actuales crowdsourcings (como Waze), memoriones que ya monopolizan el pilotaje. Hace poco eran totalmente desconocidos y ya nadie duda de su enorme utilidad. Y será mejor dejarnos reemplazar por máquinas inteligentes: los choferes automáticos no cometerán "errores humanos", causa primera de accidentes y muertes viales. Es prudente ya, desde las humanidades, hacernos cargo de este futuro e investigar vías para fundar políticas públicas socialmente consecuentes con el tsunami - volens nolens - de la inteligencia artificial.
En el mundo de la inteligencia artificial, casi ninguna profesión quedará en pie, salvo aquellas destinadas a apoyarla. Entonces, ¿qué habilidades deberán desarrollar nuestros hijos? ¿Qué deberemos entregar las universidades? ¿Cómo será el enfrentamiento entre quienes tengan fortuna y poder para rehacerse, parcharse con inteligencia artificial o conservarse, y los muchos que no tendrán acceso a esas mejoras? Los que no tengan acceso serán, como dice Harari, los "inservibles" (innecesarios hasta para barrer el piso), situación peor que la de los "intocables" en India. [...]
Lo esencial de los Sapiens es ser creativos, y, si reforzamos el humanismo, encontraremos soluciones, aún no imaginadas, capaces de evitar trágicas colisiones.” (Clara Szczaranski, El Mercurio, 27/5/2017)
Como dice Manuel Castells “La nuestra es una sociedad red, es decir, una sociedad construida en torno a redes personales y corporativas operadas por redes digitales” (Castells, 2014, p.139). Y el hombre actual, al menos para el 40% de la humanidad con acceso a las tecnologías digitales, se encuentra inserto en esta trama.
“Conforme los habitantes del mundo se constituyen en un solo cerebro invisible, pueden orientar su andadura persiguiendo conscientemente los objetivos válidos hacia los que antaño se sentían arrastrados sin saber por qué y a menudo a costa de grandes sufrimientos.” (Wright, p. 254)
Podemos concluir que las redes inteligentes no son nada nuevo. Al contrario, son algo propio de los seres vivos, desde la misma cadena de ADN asociada a la cadena de ARNt que le permite reproducirse. Lo que caracteriza esta inteligencia tampoco ha variado en lo esencial: capacidad de adaptación y equilibrio, lo cual implica a su vez capacidad de comunicación con el entorno y asociatividad. Lo que sin duda ha variado (evolucionado también) es la amplitud de esta capacidad y su nivel, venciendo umbral tras umbral hasta llegar a seres capaces de desarrollar tecnologías para conferirles aún mas poder y descansar en esta para vencer nuevos desafíos adaptativos e inventar sistemas capaces de desarrollar su propia capacidad de diagnóstico y respuesta adaptativa (como la IA autogenerativa).
Una red inteligente es una red de comunicación que haga a todos partícipes de los frutos de la creatividad de unos pocos y asegure el incremente sostenido de los contenidos (información). No hace falta un “cerebro” que lo organice todo. Como en el caso de los unicelulares que se aglomeran o del “juego de la vida” matemático, bastan algunas reglas simples y estas se encuentran en la teoría de juegos (se gana más y se crece colaborando; la imagen es de un enjambre de microrobots de SRI International, de Menlo Park, California, que operan conjuntamente en forma "inteligente").
La cultura y el “cerebro invisible” que une ahora toda la humanidad no son más que la consecuencia del proceso evolutivo de la vida.
“Vista sobre el fondo de la totalidad de la vida, la cultura no fue ninguna novedad, al menos en un aspecto: fue sólo otro sistema procesador de datos, inventado por la selección natural para dirigir la energía y la materia de manera que conservase el ADN. No obstante, fue el primer sistema de la serie que empezó a tener vida propia, inaugurando así una forma de evolución radicalmente nueva. La selección natural, tras inventar formas de ADN de inteligencia creciente, acabó inventando cerebros, hasta que al final, ya en nuestra especie, inventó un cerebro particularmente impresionante, un cerebro que podía patrocinar una forma de selección natural radicalmente nueva.” (Wright, p.265)
“La humanidad, que surgió de una gran mente global [Alude a la “mente” inconsciente de la evolución], ha dado origen a otra en la época moderna. Nuestra especie es el vínculo entre la biosfera y lo que Pierre Teilhard de Chardin llamaba «noosfera», la red intelectual, vehiculada informáticamente, que cristalizaría al final del segundo milenio. Es una mente a la que toda la especie puede aportar algo, una mente cuyo funcionamiento tendrá consecuencias para toda la especie, consecuencias de magnitud épica, en un sentido o en otro.” (Wright, p.313.)
“Nuestro mundo moderno reciente se enorgullece de reconocer, por primera vez en la historia, la igualdad básica de todos los humanos, pero puede estar a punto de crear la más desigual de todas las sociedades.” (Harari, p.450)
Referencias
Castells, M. (2008): “Comunicación, poder y contrapoder en la sociedad red (II). Los nuevos espacios de la comunicación”, Telos, n°75, abril-junio 2008,
Harari, Y.N. (2016): De animales a dioses, Santiago de Chile, Penguin Random House.
Wright,
R. (2006): Nadie
pierde, La teoría de juegos y la lógica del destino humano,
Barcelona, Tusquets.
Este texto es parte del final de mi libro "Redes Inteligentes", de próxima publicación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No se reciben comentarios.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.