16 de junio de 2017

¿Puede internet ser inteligente?

Si la mitad de la población mundial (y cada vez más aún) tiene acceso a internet y si la “nube” se vuelve cada vez más “inteligente” (con las plataformas que utilizan inteligencia artificial), ¿que podemos esperar de internet? Según varios informes, en el año 2020 habrá 5.000 millones de personas conectadas (ABC.es, 11/01/2017). Aún faltará para que toda la población mundial esté conectada y se necesitarán conexiones más eficientes. Pero aún así, debemos tener a la vista el poder creciente de las plataformas que controlan internet y manejan todos los contenidos con sus herramientas de inteligencia artificial.
“Si el almacenamiento y la recuperación de información eran el propósito latente de la explosión urbana del Medievo, en la actual revolución digital son el propósito manifiesto. De ahí que nazca la pregunta: ¿Aprende también la Web? Si las ciudades pueden generar inteligencia emergente, una macroconducta generada por un millón de micromotivos, ¿cuál es la forma de nivel superior que está gestándose entre routers y líneas de fibra óptica de Internet?” (Johnson, p.101)
Sin embargo, hay un problema. Las tecnologías de internet están destinadas a transmitir y albergar grandes cantidades de información y resisten perfectamente el aumento de esta, “pero son indiferentes, si no lisa y llanamente hostiles, a la tarea de crear un orden de nivel superior” agrega Johnson. Los hipervínculos son caóticos. Otro defecto de los enlaces que conspira contra la autoorganización es la ausencia de retroalimentación: el párrafo o la palabra de origen carece de la posibilidad de “saber” que hemos seguido el enlace (excepto en el caso de una búsqueda en Google). La conexiones bidireccionales son esenciales para el aprendizaje interno del sistema. Si el sistema no aprende – sin ayuda exterior – es imposible que acceda a un nivel superior.
“En el mundo real, muchos sistemas descentralizados generan espontáneamente una estructura cuando incrementan su tamaño: las ciudades se organizan en barrios o en ciudades satélites; las conexiones neuronales de nuestros cerebros desarrollan regiones extraordinariamente especializadas. ¿Durante los últimos años, la Web ha recorrido un camino de desarrollo comparable? ¿Está volviéndose más organizada a medida que crece? [...]
Imaginemos el universo de documentos HTML como una ciudad que se extiende a través de un vasto paisaje, donde cada documento representa un edificio en el espacio. La ciudad de la Web sería más anárquica que cualquier ciudad del mundo real en el planeta: sin referencias de comercios relacionados entre sí o de negocios afines; sin barrios de teatros o de carnicerías; sin comunidades bohemias o típicas casas de lujo; sin ni siquiera los desafortunados barrios marginales de la edge city de Los Angeles o de Tyson's Corner. La ciudad de la Web sería simplemente una masa de datos indiferenciada que se hace más confusa con cada nuevo "edificio" que se levanta.” (Johnson, p.105)
Es por lo tanto muy difícil que la web se transforme por sí sola en una suerte de cerebro digital. Pero es posible desarrollar aplicaciones que operen en la nube para agregarle inteligencia, llevando contenidos a un sistema autoorganizativo. Es lo que ha demostrado la experiencia original de Alexa, creada por Brewster Kahle en 1996 (pero vendida a Amazon en 1999, donde fue transformada en servicio comercial). La función original de Alexa era de catalogar la WWW, de un modo diferente de Google: 
“El software aprende por observación de la conducta de los usuarios de Alexa: si cien usuarios visitan Feed y luego van a Salón, entonces el software comienza a percibir una conexión entre los dos sitios, una conexión que puede debilitarse o fortalecerse de acuerdo con el rastreo de la conducta. En otras palabras, las asociaciones no son el trabajo de una conciencia única sino la suma total de miles y miles de decisiones individuales, una guía en la Web que se crea siguiendo el rastro de un número inimaginable de huellas.
Es una una idea abrumadora y extrañamente acertada. Después de todo, una guía para la Web en su totalidad debería ser más que un cúmulo de ratings. Como dice Kahle, «aprender de los usuarios es la única cosa que está en la escala de tamaño de la Web». Y ese aprendizaje evoca los barrios gremiales de Florencia o de Londres. El poder de asociación de Alexa – este sitio es como estos otros sitios – emerge de la navegación errática de su base de usuarios; ninguno de esos usuarios busca deliberamente crear grupos de sitios relacionados o proporcionar a la Web la estructura necesaria. Simplemente hacen uso del sistema, y el sistema aprende mirando. Como las hormigas granívoras de Gordon, el software se hace más inteligente, más organizado, cuanta más historia de la navegación individual rastrea.” (Johnson, pp.110-111)
En este Alexa original, no se trataba de inteligencia artificial ni de comprensión de los contenidos. El computador central estaba programado para reconocer patrones exclusivamente en los números, producto de las acciones de quienes lo utilizaban (los “clics” en los enlaces). No había nada de semántico en ello y no se podía esperar que pasara a un mayor nivel de inteligencia. Pero ponía orden en el caos.

Esto no excluye que se pueda construir un modelo alternativo (que ha sido el propósito – frustrado – del proyecto de “web semántica”) con el cual “podríamos diseñar una versión alternativa que potencialmente podría emular los barrios autoorganizados de las ciudades o los lóbulos diferenciados del cerebro humano; y definitivamente podría reproducir la más simple resolución colectiva de problemas de las colonias de hormigas” (Johnson, p.107). 

La futura inteligencia artificial autodirigida, insertada en las nubes inteligentes, quizás pueda hacerse cargo de generar esta nueva internet.

Pero podemos abordar este tema desde otro ángulo. Internet y las “nubes inteligentes” no son más que el nivel más avanzado de la forma común humana de procesar información.
“Los estados de la Antigüedad también procesaban información  — con frecuencia en forma de burocracia — para procesar energía y materia. Lo mismo sucede en los mercados modernos; la mano invisible depende casi por entero de un cerebro invisible, de un sistema centralizado de procesamiento de datos.” (Wright, p.263)
Si internet en sí-mismo no llegará probablemente a ser una entidad inteligente, puede ser considerada como una parte cada vez más importante del “cerebro invisible” de la humanidad que señala Wright; pasa a ser el sistema nervioso del organismo que forma la sociedad global.
“La revolución lanzada por la web era sólo marginalmente la del hipertexto y del conocimiento humano. En su corazón estaba un nuevo tipo de participación que desde entonces se ha convertido en una cultura emergente basada en el compartir. Y las formas de "compartir" que permiten los hiperenlaces están creando un nuevo tipo de pensamiento – parte humano y parte de la máquina – que no se encuentra en ningún otro lugar del planeta o en la historia. La web ha desatado un nuevo devenir.” (Kelly, p.19)
Es posible, entonces, pensar que existe ya un cerebro global, formado por “la red intercontinental de mentes, ordenadores y enlaces electrónicos” pero es difícil deducir si tiene o no (o tendrá alguna vez) conciencia. Como señala la principal corriente de la ciencia de la conducta, nunca podemos saber si un ser posee conciencia o no, dado que es una experiencia eminentemente subjetiva, sin manifestación externa que la vuelva directamente comprobable (Wright, p.322). Podemos creerlo o no, pero no lo podemos probar. Pero inteligencia y conciencia no son lo mismo. El riesgo (la tentación) es confundirlos.
“¿Tendrían razón Arthur C. Clarke y The Matrix? ¿Se estará convirtiendo la web en un gigantesco cerebro? Sigo creyendo que la respuesta es no. Pero ahora creo que vale la pena preguntarse: ¿y por qué no? [...]
Remplacemos hormigas por neuronas, y feromonas por neurotransmisores y podríamos estar hablando del cerebro humano. De modo que si las neuronas pueden concentrarse para formar cerebros conscientes, ¿es tan inconcebible que ese proceso pueda reproducirse hacia un nivel superior? ¿No podrían los cerebros individuales conectarse unos con otros, en este caso a través del lenguaje digital de la Web, y formar algo mayor que la suma de sus partes, lo que el filósofo y sacerdote Teilhard de Chardin llamó la «noosfera»? Robert Wright no está convencido de que la respuesta sea «sí», pero sostiene que la pregunta no es disparatada.” (Johnson, p.103)
Referencias
Johnson, S. (2003): Sistemas emergentes, México, FCE.
Kelly, K. (2016): The inevitable - Understanding the 12 technological forces that will shape our future, New York, Penguin Random House.
Wright, R. (2006): Nadie pierde, La teoría de juegos y la lógica del destino humano, Barcelona, Tusquets.

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