30 de junio de 2017

La seguridad de internet en aprietos

Esta semana hemos sabido de un nuevo ataque masivo de tipo "ransomware" (encriptación completa del contenido de los computadores para cuya liberación se pide pagar un rescate): el llamado Petya (o NotPetya), similar al WannaCry -que atacó - pero más sofisticado. Afectó los equipos informáticos del gobierno de Ucrania así como los de varias multinacionales, como la firma de abogados DLA Piper, la compañía de alimentación Mondelez, Maersk, y la compañía farmacéutica Merck. 

Lo único que se ve en el equipo infectado es un mensaje (imagen al lado) que reza "Si puedes leer este texto, tus archivos ya no están disponibles, ya que han sido encriptados. Quizá estás ocupado buscando la forma de recuperarlos, pero no pierdas el tiempo: nadie podrá hacerlo sin nuestro servicio de desencriptación". El monto del rescate es de 300 dólares en bitcoin. (Hipertextual, 27/6/2017)

Sin embargo, la petición de pago por rescate parece además una estafa o era en realidad un disfraz para un ataque con finalidad exclusivamente destructiva. En efecto, como exponen en Gizmodo, "el experto en seguridad informática Matt Suiche, de la firma de seguridad Comae Technologies, ha publicado los resultados de su análisis exhaustivo del código de Petya, en el que revela que en realidad no se trata de un ransomware sino un “wiper”, un programa malicioso dedicado a borrar archivos y discos duros completos. Esto significa que las víctimas del ataque nunca tuvieron oportunidad de recuperar sus archivos porque no estaban secuestrados, sino que habían desaparecido por completo." (Gizmodo, 29/6/2017)

El WannaCry atacó el 12 de mayo y se esparció por 150 países, afectando más de 230.000 ordenadores, sobretodo los de la red de salud de Gran Bretaña (NHS), Telefónica de España, FedEx, Deutsche Bahn, y las aerolíneas LATAM.
"Como si Gran Bretaña estuviera sometida a una maldición cibernética, el sábado 27 se cayeron todos los sistemas de British Airways. [...] Aterrizamos en el aeropuerto de Heathrow puntualmente, a las 11:45 a.m.  El capitán nos dio la bienvenida y nos pidió que aguantáramos unos minutos mientras le asignaban una manga. Fue como a las 4 p.m. que el atribulado capitán nos informó que al fin nos podríamos mover, y así lo hicimos, pero pronto nos detuvimos de nuevo. [...] Llegamos al centro de Londres ocho horas después de aterrizar." (D.Gallagher, El Mercurio, 9/6/2017)
Pero ataques de otro tipo también se han multiplicado. En el marco de un conflicto entre Qatar y otros países árabes, el 8 de junio 2017, la cadena televisiva catarí Al Jazeera sufrió un  ciberataque contra todos sus sistemas, sus sitios internet y sus plataformas en las redes sociales (El Mercurio, 9/6/2017). Unos días antes (fines de mayo), Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos habían acusado a Qatar de “apoyar grupos terroristas y sectarios con el objetivo de desestabilizar la región”, pero investigadores del FBI creían que informáticos rusos habían hackeado la agencia oficial de noticias quatarí para atribuir al emir de Qatar afirmaciones falsas sobre Irán, Israel y Estados Unidos. Esta agencia confirmó que había sido objeto de un ataque de este tipo. "Según ellos, el archivo de hackeo se instaló en abril y fue luego explotado para publicar las noticias falsas el 24 de mayo. Los comentarios atribuidos al emir Sheikh Tamim bin Hamad Al-Thani fueron una de las razones citadas por Arabia Saudí y sus aliados el lunes para imponer un bloqueo diplomático y económico contra Qatar" aseguró la BBC (8/6/2017). El Ministerio del Interior de Qatar confirmó que la Agencia de Noticias de Qatar fue hackeada por entes externos, quienes comenzaron a enviar distintos mensajes "oficiales" bastante incendiarios a medios de comunicación, con el fin de iniciar una guerra con sus países vecinos (FayerWayer, 8/6/2017). El diario The Guardian reportó que "se cree que el gobierno ruso no participó en los hackeos, sino que hackers independientes fueron pagados para llevar a cabo el trabajo en lugar de otro Estado o individuo". Vemos aquí otro tipo de ataque cibernético.

Pero si WannaCry y Petya tuvieron éxito ha sido esencialmente por un descuido de las empresas afectadas: se aprovechan de una vulnerabilidad en el sistema operativo Windows ¡que había sido parchado por Microsoft el 14 de marzo! Y existen pequeños programas que pueden ser instalado en cualquier PC para bloquear toda tentativa de encriptación maliciosa, como CyberReason RansomFree (¡gratuito además!). Microsoft anunció que la próxima versión de Windows 10 incluirá este tipo de protección (FayerWayer, 29/7/2017). Esto nos obliga a terminar con dos consideraciones:
  1. La seguridad en los sistemas y su protección es de la mayor importancia y nadie puede ser indiferente. Es también una responsabilidad ética esencial de cualquier empresa (y más aún de un servicio público) para con sus usuarios.
  2. Es cada vez más necesario que los mecanismos básicos de comunicación por internet sean revisados y que se desarrollen nuevos mecanismos que hagan más segura la comunicación como también "refractarios" los sistemas operativos.

23 de junio de 2017

El nuevo poder de las redes

Más que introducir una “era de la información”, el cambio radicalmente significativo de nuestra época es el desarrollo de una “era de las conexiones”. Las redes tienen su lenguaje y su cultura, que debemos aprender, donde se mezcla lo real con lo virtual. Para esto, debemos detenernos en medio de la vorágine de las redes, para pensar acerca de lo que vivimos, ganamos y perdemos con ellas. Necesitamos tomar distancia para adquirir una nueva visión.

El “Siglo de las Luces” y la revolución científica que le siguió pusieron fin a una era y abrieron otra, que llamamos “Era Moderna”. Un nuevo gran cambio está en marcha ahora, como han señalado Alvin Toffler (“El cambio del poder”) y mejor aún Moisés Naim (“El fin del poder”): las personas, las instituciones y las empresas están perdiendo su poder. Pero no han percibido adonde está yendo el poder, donde está el motor de este cambio: en la explosión de múltiples formas de conexión, no solo en la tecnología misma, sino también en el comercio, las finanzas, los transportes e incluso la biología, sin que el poder resida en una entidad específica.

El poder es de las redes y proviene del número, del tipo y de la velocidad de las relaciones que establecen. Somos “hambrientos de conexiones” dice Cooper (p.33) y la interconexión de redes es tal que llegamos a una transición de fase, un concepto clave para comprender el modo en que un súbito aumento de la conectividad implica una transformación fundamental en cualquier sistema empírico (como ocurre cuando el agua se transforma en hielo y sus moléculas líquidas en cristales). Es un fenómeno también conocido en el desarrollo de los ecosistemas y en la historia (como cuando el hombre dejó de ser cazador-recolector para transformarse en agricultor), donde se producen cambios en todos los aspectos de la vida. “En un momento teníamos algunos usuarios conectados y de pronto tenemos miles de millones en Facebook” (Cooper, pp.34-35).

El nuevo poder de las redes interconectadas borrará las instituciones actuales, porque la interconexión cambia la naturaleza de lo que une. Ninguna fuente de noticias, ningún gobierno podrán dominarlo o descansar en él, dice Cooper, pero van a surgir líderes que entienden este poder y sabrán como manipularlo, pero no sabemos en qué sentido (p.26). “La acción de conectar nuestros cuerpos, nuestras ciudades, nuestras ideas -todo- introduce una nueva dinámica en nuestro mundo” (p.37). Y estamos solo en los albores del cambio subsecuente.

Los líderes actuales no tienen conciencia alguna de la realidad y del poder de la interconexión mundial en todas las áreas. Viven y tratan de solucionar problemas que son consecuencia de ésta pero los visualizan en términos obsoletos (Cooper, pp.46-48). Estamos lejos de entender bien la nueva era que empieza: podemos empezar a percibirla pero aún nos falta mucha experiencia. Y debemos aún conciliar las dos eras, la que termina y la que empieza. Pero las “escapadas” osadas del pensamiento tecnológico (generalmente de los más jóvenes) deben ser controladas por el pensamiento filosófico más profundo acerca del ser humano si queremos evitar un desastre. Dominar la programación de las máquinas es mucho más fácil que dominar los sistemas que serán afectados, advertía ya en los años 70 el científico del MIT Joseph Weizenbaum, que colaboró en el desarrollo de los primeros computadores. Los programadores siguen impulsos que son fruto de la historia reciente, sin poder escapar de ello, pero aún así están provocando la transición de fase que alterará por siempre la historia. Entienden las redes a nivel superficial (técnico) pero muy poco su realidad profunda y menos aún adonde nos conducen.

Melvin Conway ya descubrió en los años 60 que las redes cambian (rediseñan) el mundo real, aunque consideró solo las redes telefónicas. Cuando Steve Jobs mostró el primer Macintosh en 1984, cambió la industria informática. Con el iPod, en 2001, cambió la industria de la música. Con el iPhone, en 2007, no introdujo solo un nuevo teléfono: “introdujo una nueva manera de vivir” (Cooper, p.53).
Hoy, el mundo real puede ser rediseñado por el mundo virtual que invade las redes, debido a las conexiones.

En esta nueva era, la mayor batalla – que ha empezado – es entre la libertad individual y la conexión. Las redes pueden ser más eficientes que una planificación central y ser más productivas que la estructura actual de los mercados. Pero nos pueden avasallar. La protección reside en pugnar siempre por la libertad (pp.56-57).

Cuando, en 1963, Larry Roberts concibió la conmutación de paquetes de datos binarios que presidió a la creación de la primera red en 1969, la diseñó para que estos paquetes viajasen por diferentes caminos, de tal forma que se asegurarían las comunicaciones a pesar de un eventual ataque nuclear en uno o varios puntos. No podía prever que favorecería también – décadas más tarde – la epidemia terrorista y dificultaría su destrucción: ningún ejército clásico es capaz de hacerle frente. (Recién se exploran mecanismos de inteligencia artificial para eliminar mensajes detectables, pero mensajes encriptados en la red oscura no podrían ser encontrados ni eliminados).

Cualquier crisis local puede ahora hacer bola de nieve y afectar todo el mundo (como ya ocurrió con los sistemas financieros). Esto explica en gran parte la desconfianza generalizada en las instituciones, incapaces de reaccionar (y de esconder sus errores).

Una pequeña fuerza (como Anonymous, o el mismo Edward Snowden) unido a la red puede tener un impacto enorme a nivel mundial. Las redes pueden ser más poderosas y peligrosas que cualquier ejército. Un pirata puede “poner de rodillas” un país entero atacando su sistema eléctrico, o incluso su sistema de defensa. Y no es necesario pensar solo en los posibles desastres. Google ya es capaz de descubrir y seguir las epidemias en el mundo. Skype hizo desaparecer el negocio multimillonario de las compañías de teléfono. Facebook quiere absorber los medios de prensa. Piense en lo que significará para la salud la interconexión de los sistemas nacionales de salud.

Todo indica que las grandes plataformas de hoy (como Google y Facebook) podrían ser los “porteros” (gatekeepers) – y controladores – del sistema mundial. Basta ver como están en vías de absorber a los medios de comunicación (especialmente la prensa y la televisión, así como todas la comunicaciones comerciales). Tradicionalmente, el poder descansaba en estructuras jerárquicas. Pero ya no es así: el poder de las redes es distribuido, compartido por todos, pero no en forma igualitaria. Distribución y concentración coexisten. Cada usuario es un nodo y todas las relaciones son dinámicas y temporales, pero algunos nodos concentran tantas conexiones que controlan la mayoría de los flujos. En efecto, mientras más nodos se multiplican en la periferie, más poderoso se vuelve el centro (o los centros, como las “plataformas” digitales). ¡El tráfico interno entre los múltiples servidores de Google, por ejemplo, ocupa el 10% de todo el tráfico de internet! (Cooper, p.120).

Y estamos a punto de multiplicar en forma incalculable el poder de las redes con la “internet de las cosas”. Quienes las controlen “verán todo, siempre, en todas partes”, obteniendo un poder inmenso (Cooper, p.87).
“Para entender la envergadura y las implicaciones de esta tormenta perfecta podemos pensar en estas tecnologías como partes integrantes de un súper organismo de gran complejidad. Esta nueva Internet Cognitiva y Ubicua cuenta con un sistema sensorial que no para de extenderse gracias a los miles de millones de sensores conectados y desplegados por todas partes.
Basta con contar el número de líneas móviles existentes en la actualidad para darse cuenta de que el número supera ya con creces el de habitantes humanos del planeta Tierra. Además, cada dispositivo móvil cuenta con múltiples sensores. La nueva red devora incesantemente volúmenes ingentes de datos que le permiten obtener información sobre el mundo. Gracias a esto aparecen multitud de nuevas oportunidades de negocio, basadas en la disponibilidad y explotación de estas nuevas fuentes de datos. [...] La nueva Internet es una red que necesita percibir el mundo. De igual forma que los humanos percibimos el mundo que nos rodea mediante nuestros sentidos, en el modelo IoT la red cuenta con un repertorio de sentidos muy superior al humano. Mientras que nosotros vemos, oímos y olemos lo que tenemos a nuestro alrededor, las nuevas redes de sensores pueden extenderse miles de kilómetros usando la nube para comunicarse y para almacenar datos y además pueden usar muchas más modalidades sensoriales.” (Xataka, 28/03/2016)

En el futuro, el poder será de quien domine la inteligencia de las redes y ya no de las naciones ni menos de sus ejércitos. En toda la historia, las redes (comerciales y diplomáticas) han jugado un rol determinante, como demostró un estudio reciente de Johannes Preiser-Kapeller, del Instituto de Investigación Medieval de la Academia Austríaca de Ciencia, estudiando fenómenos de la Edad Media. Descubrió que las redes de relaciones de la época medieval seguían las mismas leyes establecidas en la “ciencia de redes”. Más determinante aún serán en los años que vienen.

[Extracto de mi libro de próxima publicación "Redes inteligentes - El poder de la comunicación"]

16 de junio de 2017

¿Puede internet ser inteligente?

Si la mitad de la población mundial (y cada vez más aún) tiene acceso a internet y si la “nube” se vuelve cada vez más “inteligente” (con las plataformas que utilizan inteligencia artificial), ¿que podemos esperar de internet? Según varios informes, en el año 2020 habrá 5.000 millones de personas conectadas (ABC.es, 11/01/2017). Aún faltará para que toda la población mundial esté conectada y se necesitarán conexiones más eficientes. Pero aún así, debemos tener a la vista el poder creciente de las plataformas que controlan internet y manejan todos los contenidos con sus herramientas de inteligencia artificial.
“Si el almacenamiento y la recuperación de información eran el propósito latente de la explosión urbana del Medievo, en la actual revolución digital son el propósito manifiesto. De ahí que nazca la pregunta: ¿Aprende también la Web? Si las ciudades pueden generar inteligencia emergente, una macroconducta generada por un millón de micromotivos, ¿cuál es la forma de nivel superior que está gestándose entre routers y líneas de fibra óptica de Internet?” (Johnson, p.101)
Sin embargo, hay un problema. Las tecnologías de internet están destinadas a transmitir y albergar grandes cantidades de información y resisten perfectamente el aumento de esta, “pero son indiferentes, si no lisa y llanamente hostiles, a la tarea de crear un orden de nivel superior” agrega Johnson. Los hipervínculos son caóticos. Otro defecto de los enlaces que conspira contra la autoorganización es la ausencia de retroalimentación: el párrafo o la palabra de origen carece de la posibilidad de “saber” que hemos seguido el enlace (excepto en el caso de una búsqueda en Google). La conexiones bidireccionales son esenciales para el aprendizaje interno del sistema. Si el sistema no aprende – sin ayuda exterior – es imposible que acceda a un nivel superior.
“En el mundo real, muchos sistemas descentralizados generan espontáneamente una estructura cuando incrementan su tamaño: las ciudades se organizan en barrios o en ciudades satélites; las conexiones neuronales de nuestros cerebros desarrollan regiones extraordinariamente especializadas. ¿Durante los últimos años, la Web ha recorrido un camino de desarrollo comparable? ¿Está volviéndose más organizada a medida que crece? [...]
Imaginemos el universo de documentos HTML como una ciudad que se extiende a través de un vasto paisaje, donde cada documento representa un edificio en el espacio. La ciudad de la Web sería más anárquica que cualquier ciudad del mundo real en el planeta: sin referencias de comercios relacionados entre sí o de negocios afines; sin barrios de teatros o de carnicerías; sin comunidades bohemias o típicas casas de lujo; sin ni siquiera los desafortunados barrios marginales de la edge city de Los Angeles o de Tyson's Corner. La ciudad de la Web sería simplemente una masa de datos indiferenciada que se hace más confusa con cada nuevo "edificio" que se levanta.” (Johnson, p.105)
Es por lo tanto muy difícil que la web se transforme por sí sola en una suerte de cerebro digital. Pero es posible desarrollar aplicaciones que operen en la nube para agregarle inteligencia, llevando contenidos a un sistema autoorganizativo. Es lo que ha demostrado la experiencia original de Alexa, creada por Brewster Kahle en 1996 (pero vendida a Amazon en 1999, donde fue transformada en servicio comercial). La función original de Alexa era de catalogar la WWW, de un modo diferente de Google: 
“El software aprende por observación de la conducta de los usuarios de Alexa: si cien usuarios visitan Feed y luego van a Salón, entonces el software comienza a percibir una conexión entre los dos sitios, una conexión que puede debilitarse o fortalecerse de acuerdo con el rastreo de la conducta. En otras palabras, las asociaciones no son el trabajo de una conciencia única sino la suma total de miles y miles de decisiones individuales, una guía en la Web que se crea siguiendo el rastro de un número inimaginable de huellas.
Es una una idea abrumadora y extrañamente acertada. Después de todo, una guía para la Web en su totalidad debería ser más que un cúmulo de ratings. Como dice Kahle, «aprender de los usuarios es la única cosa que está en la escala de tamaño de la Web». Y ese aprendizaje evoca los barrios gremiales de Florencia o de Londres. El poder de asociación de Alexa – este sitio es como estos otros sitios – emerge de la navegación errática de su base de usuarios; ninguno de esos usuarios busca deliberamente crear grupos de sitios relacionados o proporcionar a la Web la estructura necesaria. Simplemente hacen uso del sistema, y el sistema aprende mirando. Como las hormigas granívoras de Gordon, el software se hace más inteligente, más organizado, cuanta más historia de la navegación individual rastrea.” (Johnson, pp.110-111)
En este Alexa original, no se trataba de inteligencia artificial ni de comprensión de los contenidos. El computador central estaba programado para reconocer patrones exclusivamente en los números, producto de las acciones de quienes lo utilizaban (los “clics” en los enlaces). No había nada de semántico en ello y no se podía esperar que pasara a un mayor nivel de inteligencia. Pero ponía orden en el caos.

Esto no excluye que se pueda construir un modelo alternativo (que ha sido el propósito – frustrado – del proyecto de “web semántica”) con el cual “podríamos diseñar una versión alternativa que potencialmente podría emular los barrios autoorganizados de las ciudades o los lóbulos diferenciados del cerebro humano; y definitivamente podría reproducir la más simple resolución colectiva de problemas de las colonias de hormigas” (Johnson, p.107). 

La futura inteligencia artificial autodirigida, insertada en las nubes inteligentes, quizás pueda hacerse cargo de generar esta nueva internet.

Pero podemos abordar este tema desde otro ángulo. Internet y las “nubes inteligentes” no son más que el nivel más avanzado de la forma común humana de procesar información.
“Los estados de la Antigüedad también procesaban información  — con frecuencia en forma de burocracia — para procesar energía y materia. Lo mismo sucede en los mercados modernos; la mano invisible depende casi por entero de un cerebro invisible, de un sistema centralizado de procesamiento de datos.” (Wright, p.263)
Si internet en sí-mismo no llegará probablemente a ser una entidad inteligente, puede ser considerada como una parte cada vez más importante del “cerebro invisible” de la humanidad que señala Wright; pasa a ser el sistema nervioso del organismo que forma la sociedad global.
“La revolución lanzada por la web era sólo marginalmente la del hipertexto y del conocimiento humano. En su corazón estaba un nuevo tipo de participación que desde entonces se ha convertido en una cultura emergente basada en el compartir. Y las formas de "compartir" que permiten los hiperenlaces están creando un nuevo tipo de pensamiento – parte humano y parte de la máquina – que no se encuentra en ningún otro lugar del planeta o en la historia. La web ha desatado un nuevo devenir.” (Kelly, p.19)
Es posible, entonces, pensar que existe ya un cerebro global, formado por “la red intercontinental de mentes, ordenadores y enlaces electrónicos” pero es difícil deducir si tiene o no (o tendrá alguna vez) conciencia. Como señala la principal corriente de la ciencia de la conducta, nunca podemos saber si un ser posee conciencia o no, dado que es una experiencia eminentemente subjetiva, sin manifestación externa que la vuelva directamente comprobable (Wright, p.322). Podemos creerlo o no, pero no lo podemos probar. Pero inteligencia y conciencia no son lo mismo. El riesgo (la tentación) es confundirlos.
“¿Tendrían razón Arthur C. Clarke y The Matrix? ¿Se estará convirtiendo la web en un gigantesco cerebro? Sigo creyendo que la respuesta es no. Pero ahora creo que vale la pena preguntarse: ¿y por qué no? [...]
Remplacemos hormigas por neuronas, y feromonas por neurotransmisores y podríamos estar hablando del cerebro humano. De modo que si las neuronas pueden concentrarse para formar cerebros conscientes, ¿es tan inconcebible que ese proceso pueda reproducirse hacia un nivel superior? ¿No podrían los cerebros individuales conectarse unos con otros, en este caso a través del lenguaje digital de la Web, y formar algo mayor que la suma de sus partes, lo que el filósofo y sacerdote Teilhard de Chardin llamó la «noosfera»? Robert Wright no está convencido de que la respuesta sea «sí», pero sostiene que la pregunta no es disparatada.” (Johnson, p.103)
Referencias
Johnson, S. (2003): Sistemas emergentes, México, FCE.
Kelly, K. (2016): The inevitable - Understanding the 12 technological forces that will shape our future, New York, Penguin Random House.
Wright, R. (2006): Nadie pierde, La teoría de juegos y la lógica del destino humano, Barcelona, Tusquets.

9 de junio de 2017

¿Que debe investigarse en las comunicaciones?

La escasez de investigaciones sólidas y con proyecciones para el desarrollo del conocimiento del fenómeno de la comunicación es, según mi experiencia, propia de todo el mundo académico hispano-americano, especialmente en las facultades de comunicaciones o de ciencias de la información. Si revisamos -como hice varias veces*- los artículos de revistas y las actas de diversos congresos del área, encontraremos una alta frecuencia de trabajos de análisis de contenido, generalmente demasiado puntuales para ser un verdadero aporte al conocimiento disciplinar o de interés social amplio. Aunque no se puede negar que muchos representan aportes interesantes en el ámbito local o un sector reducido, faltan - a mi juicio -esfuerzos para agruparlos y generar conocimientos de interés más amplio.  Como confirmaron recientemente Martínez y Saperas, a propósito de la investigación en España: "la reciente investigación española sobre comunicación continúa tomando como objeto preferente el estudio del periodismo y la información periodística, y se interesa especialmente por el análisis de los contenidos mediáticos, que supone el 60% de las contribuciones en este periodo."

Los estudios más relevantes y de mayor interés para las ciencias de la comunicación proceden más bien de otros expertos, especialmente sociólogos y psicólogos, disciplinas demasiado olvidadas en la formación de comunicadores. 

Lamentablemente, la academia del área hispanoamericana no ha recogido el importante avance realizado en Francia desde los años 90, sino antes, al incluir las ciencias de la comunicación en el ámbito más amplio de las ciencias cognitivas. ¿Acaso el fin de la comunicación no es, por esencia, aumentar el conocimiento de los destinatarios?

Desde los años 80 y hasta que dejé la docencia universitaria en 2005, me he dedicado a enseñar el uso de las bases de datos a los futuros periodistas, algo cuya importancia se valoró solamente en los últimos diez o quince años, con el desarrollo del "periodismo de datos". Anticipándome al hoy famoso análisis de datos masivos ("big data"), publiqué en 2002 un libro sobre este tipo de trabajo: "Explotar la información noticiosa - Data Mining aplicado a la documentación periodística" (editado por la Universidad Complutense de Madrid, versión disponible en ISSUU). En esa época (y antes), no parecía los periódicos no parecían interesados en adaptar la estructura de sus sistemas documentales para obtener información de "segundo nivel" y la adaptación hoy, para que sea fácilmente procesable, sin duda puede resultar muy costosa si se quiere hacerla retroactiva. No solo sería importante para desarrollar un "periodismo de datos" pero más aún para facilitar el "fast-checking".

También puede ser costoso contratar "científicos de datos" (que, además, son aún muy escasos). Se prepararán los alumnos para trabajar en o con estas nuevas modalidades.

Esto para el área pragmática, para los medios de prensa. En la academia, también es importante recordar la necesidad de seguir perfeccionando el conocimiento teórico, integrando -como lo señalé recién- la perspectiva cognitiva, algo que estudié también en los años 90 y me llevó a escribir el libro "Teoría cognitiva sistémica de la comunicación" (Ed.San Pablo, 2002, versión disponible en Academia.edu) y complementado recientemente con la obra "Sistémica de los medios de comunicación" (Ed. INCOM-Chile)

- (2009): La temática de Revista Latina de Comunicación Social, 1998-2008, en Revista Latina de Comunicación Social. 

2 de junio de 2017

¿La inteligencia humana se combinará con la artificial?

Podemos dudar de que el ser humano llegue a fusionarse con la máquina. Pero es de esperar que la inteligencia humana (todos los humanos, unidos en red) aprenda a operar cada vez mejor en asociación con las máquinas, inteligentes a su manera, expandiendo así su capacidad. Hemos de preparar a ello a nuestros hijos y nuestros alumnos:
“Ya hacia 2050, nuestros hijos enfrentarán otros modos de ser humano. Competirán con médicos, abogados, administradores, choferes, ingenieros cibernéticos inteligentes, inicialmente más costosos, pero amortizables a velocidad exponencial. Una muestra análoga son los actuales crowdsourcings (como Waze), memoriones que ya monopolizan el pilotaje. Hace poco eran totalmente desconocidos y ya nadie duda de su enorme utilidad. Y será mejor dejarnos reemplazar por máquinas inteligentes: los choferes automáticos no cometerán "errores humanos", causa primera de accidentes y muertes viales. Es prudente ya, desde las humanidades, hacernos cargo de este futuro e investigar vías para fundar políticas públicas socialmente consecuentes con el tsunami - volens nolens - de la inteligencia artificial.
En el mundo de la inteligencia artificial, casi ninguna profesión quedará en pie, salvo aquellas destinadas a apoyarla. Entonces, ¿qué habilidades deberán desarrollar nuestros hijos? ¿Qué deberemos entregar las universidades? ¿Cómo será el enfrentamiento entre quienes tengan fortuna y poder para rehacerse, parcharse con inteligencia artificial o conservarse, y los muchos que no tendrán acceso a esas mejoras? Los que no tengan acceso serán, como dice Harari, los "inservibles" (innecesarios hasta para barrer el piso), situación peor que la de los "intocables" en India. [...]
Lo esencial de los Sapiens es ser creativos, y, si reforzamos el humanismo, encontraremos soluciones, aún no imaginadas, capaces de evitar trágicas colisiones.” (Clara Szczaranski, El Mercurio, 27/5/2017)

Como dice Manuel Castells “La nuestra es una sociedad red, es decir, una sociedad construida en torno a redes personales y corporativas operadas por redes digitales” (Castells, 2014, p.139). Y el hombre actual, al menos para el 40% de la humanidad con acceso a las tecnologías digitales, se encuentra inserto en esta trama.

“Conforme los habitantes del mundo se constituyen en un solo cerebro invisible, pueden orientar su andadura persiguiendo conscientemente los objetivos válidos hacia los que antaño se sentían arrastrados sin saber por qué y a menudo a costa de grandes sufrimientos.” (Wright, p. 254)

Podemos concluir que las redes inteligentes no son nada nuevo. Al contrario, son algo propio de los seres vivos, desde la misma cadena de ADN asociada a la cadena de ARNt que le permite reproducirse. Lo que caracteriza esta inteligencia tampoco ha variado en lo esencial: capacidad de adaptación y equilibrio, lo cual implica a su vez capacidad de comunicación con el entorno y asociatividad. Lo que sin duda ha variado (evolucionado también) es la amplitud de esta capacidad y su nivel, venciendo umbral tras umbral hasta llegar a seres capaces de desarrollar tecnologías para conferirles aún mas poder y descansar en esta para vencer nuevos desafíos adaptativos e inventar sistemas capaces de desarrollar su propia capacidad de diagnóstico y respuesta adaptativa (como la IA autogenerativa).


Una red inteligente es una red de comunicación que haga a todos partícipes de los frutos de la creatividad de unos pocos y asegure el incremente sostenido de los contenidos (información). No hace falta un “cerebro” que lo organice todo. Como en el caso de los unicelulares que se aglomeran o del “juego de la vida” matemático, bastan algunas reglas simples y estas se encuentran en la teoría de juegos (se gana más y se crece colaborando; la imagen es de un enjambre de microrobots de SRI International, de Menlo Park, California, que operan conjuntamente en forma "inteligente"). 

La cultura y el “cerebro invisible” que une ahora toda la humanidad no son más que la consecuencia del proceso evolutivo de la vida.
“Vista sobre el fondo de la totalidad de la vida, la cultura no fue ninguna novedad, al menos en un aspecto: fue sólo otro sistema procesador de datos, inventado por la selección natural para dirigir la energía y la materia de manera que conservase el ADN. No obstante, fue el primer sistema de la serie que empezó a tener vida propia, inaugurando así una forma de evolución radicalmente nueva. La selección natural, tras inventar formas de ADN de inteligencia creciente, acabó inventando cerebros, hasta que al final, ya en nuestra especie, inventó un cerebro particularmente impresionante, un cerebro que podía patrocinar una forma de selección natural radicalmente nueva.” (Wright, p.265)
“La humanidad, que surgió de una gran mente global [Alude a la “mente” inconsciente de la evolución], ha dado origen a otra en la época moderna. Nuestra especie es el vínculo entre la biosfera y lo que Pierre Teilhard de Chardin llamaba «noosfera», la red intelectual, vehiculada informáticamente, que cristalizaría al final del segundo milenio. Es una mente a la que toda la especie puede aportar algo, una mente cuyo funcionamiento tendrá consecuencias para toda la especie, consecuencias de magnitud épica, en un sentido o en otro.” (Wright, p.313.)
“Nuestro mundo moderno reciente se enorgullece de reconocer, por primera vez en la historia, la igualdad básica de todos los humanos, pero puede estar a punto de crear la más desigual de todas las sociedades.” (Harari, p.450)


Referencias
Castells, M. (2008): “Comunicación, poder y contrapoder en la sociedad red (II). Los nuevos espacios de la comunicación”, Telos, n°75, abril-junio 2008,
Harari, Y.N. (2016): De animales a dioses, Santiago de Chile, Penguin Random House.
Wright, R. (2006): Nadie pierde, La teoría de juegos y la lógica del destino humano, Barcelona, Tusquets.

Este texto es parte del final de mi libro "Redes Inteligentes", de próxima publicación.