7 de julio de 2017

El rol cultural de las tecnologías

Un importante motor de continuidad, que ha permitido el crecimiento y superación de la cultura a lo largo de la historia, ha sido la tecnología, partiendo por la escritura.
“Decir que la escritura transformó el potencial de interacción de suma no nula es casi una redundancia. Porque el vínculo entre información y aditividad no nula es tan básico que cuesta imaginar cambios profundos en la primera que no cambien profundamente la segunda. La verdad es que no es exagerado decir que la dinámica de suma no nula es el motivo de que la información empiece a transmitirse.” (Wright, p.112)
La tecnología de la escritura (pero también la moneda, por ejemplo) ha sido esencial desde un doble punto de vista: primero como forma de potenciar la interacción pero, además, como registro, permitiendo contar con testimonios duraderos y, así, como base de la confianza. 
“En la antigua Mesopotamia, el prestador no temía que el prestatario le negase la recuperación del préstamo ni el prestatario temía que el prestador hinchara la deuda. Había un registro que lo atestiguaba, como aquel de Babilonia que indica que un hombre ha pedido prestados «diez siclos de plata» a la «sacerdotisa Amat-Shamash»; el hombre «pagará los intereses del dios Sol. En la temporada de la cosecha devolverá la suma más los intereses». Si se duda del valor de esta paz espiritual, piénsese en lo que costaba a los individuos de sociedades analfabetas grabar obligaciones financieras en la memoria pública.”  (ibidem, p.113)
Las sociedades que no utilizan la escritura para resolver el problema de la confianza “sucumben por definición, a menudo a manos de sociedades que administran mejor el potencial de la escritura” agrega Wright (p.114).

Por cierto, los registros escritos, que fueron primero propios del comercio, nos permitieron conocer otro tipo de contenidos, que pasaron de una cultura a otra. Pero podrían no ser los más importantes para el avance cultural:
“Estos memes —las tecnologías prácticas y útiles— son más duraderos que los generados, por ejemplo, por Sófocles, la mayoría de cuyas obras de teatro se perdió para siempre. Los motivos son diversos. Uno es la utilidad para el estómago; la literatura es estupenda, pero tener comida en la mesa es más estupendo. Un motivo afín es la facilidad con que las tecnologías prácticas cruzan las fronteras culturales y lingüísticas. Los Europeos occidentales de la Edad Media no sabían griego, de modo que ni siquiera los campesinos excepcionalmente educados habrían comprado muchos ejemplares de Antígona. Una herradura de hierro, en cambio, habla el idioma universal de la utilidad. 
El motivo último de que los memes prácticos sean tan duraderos es que si mueren pueden reencarnarse. Nadie escribirá nunca ninguna obra perdida de Sófocles, pero si el inventor de la herradura hubiera muerto inmediatamente después de tener la inspiración, algún otro habría dado con la idea con el tiempo.
La cuestión no es que una idea útil tenga asegurada la difusión, o la reaparición si desaparece. La cuestión es que, cuanto más útil sea, más probables serán la difusión y la reaparición. Y conforme la difusión de ideas útiles eleva la población del mundo, y eleva la sinergia intelectual con mejores comunicaciones y transportes, estas probabilidades crecen igualmente, hasta que al final se acercan a la seguridad.”   (ibidem, p.159)
Las tecnologías, cuando son creadas, también pueden introducir un “remezón” para sistemas viejos y estancados, como sugirió Chester Starr y explica Robert Wright:
“El historiador Chester Starr dijo en cierta ocasión: «Al parecer, todas las civilizaciones acaban en un callejón por el que es prácticamente imposible seguir avanzando en la dirección aparente en la época; pero en cuanto se da una oportunidad a las ideas nuevas, los viejos sistemas sufren tal sacudida que pierden su preponderancia». [...] Es metafóricamente cierto que las tecnologías de vanguardia — las económicas no menos que las militares — castigan a las sociedades que no las abarcan ni las usan bien, quedando así a merced de las «sacudidas». Es también metafóricamente cierto que esas mismas tecnologías premian a las sociedades que las emplean más provechosamente.
La tecnología no es una fuerza ajena a nosotros que haya venido del espacio exterior. El espíritu humano la selecciona por evolución cultural; los individuos son sus arbitros.” (Wright, p.151)
La tecnología que, después de la escritura (y exceptuando el dinero), ha tenido la mayor influencia en los cambios culturales ha sido la imprenta, punto de partida de la «edad moderna» europea y luego base de la primera revolución industrial, ayudando a pasar de la etapa ideacional a la etapa idealista. 
“La imprenta contribuyó a superar el pensamiento religioso y enseñó el camino de las revoluciones científica e industrial. Y con ello aceleró el advenimiento de otras tecnologías de la información que transformarían el mundo, el telégrafo, el teléfono, la informática, Internet. En 1450, casi todos los europeos se habrían reído de la posibilidad de una sola civilización global, estrechamente interrelacionada (quizá también de lo del globo). Sin embargo, poseían la maquinaria básica para construir ese mundo.
La imprenta hizo algo más que allanar el camino de las tecnologías de la información que están revolucionando la vida en la actualidad: las anunció. Por sus efectos concretos y a veces paradójicos, la revolución de la imprenta refleja la última fase de la revolución microinformática. Porque no hay mejor preparación histórica para meditar cómo remodelará Internet la vida política y social que ver cómo la remodeló la imprenta.” (Wright, p.189)
Pero la potencia de la imprenta se mantuvo limitada mientras no fue acompañada de tecnologías que permitiesen la mayor circulación de las obras impresas. Es a partir de la primera revolución industrial que las tecnologías de información empezaron realmente a conformar un “cerebro social”, gracias a los intercambios “más cortos en el tiempo y más largos en el espacio” (ibidem, p.204). Se pudieron formar así grandes “cadenas de inspiraciones”, como planteó el historiador de la economía Joel Mokyr, que se agilizaron con los nuevos medios de transporte (ferrocarriles y automóviles) y de comunicación electrónica (telégrafo, teléfono, etc.).
“La locomotora, junto con otros rápidos portadores de datos, puso de manifiesto la verdad resaltada ya por la imprenta; que cuanto más aprisa se mueven los datos, más grande y denso puede ser un cerebro social. La amplia y rápida colaboración facilitada por las tecnologías de la información convirtió poco a poco a la comunidad técnica internacional en una conciencia casi unificada. Cada vez hubo más ideas provechosas «flotando en el aire» del mundo industrializado.” (Wright, p.205)
Las tecnologías de la información se potencian mutuamente y se retroalimentan, aumentando las probabilidades de que haya más inventos, como los hemos visto en los últimos cien años, uniendo aún más las mentes humanas.
“Gracias a la incesante retroacción positiva, la infraestructura tecnológica del cerebro global se estaba construyendo sola, en cierto modo.” (ibidem)
Las tecnologías no solo potenciaron las mismas tecnologías de la información (vía inventos) sino también una clase transnacional de intelectuales y, así, de una conciencia supranacional especialmente importante y unificadora en el campo del derecho y la ética (pp.207-208).

Aquí se cruzan los constructos sociales con los constructos científicos. Una teoría científica expresa en realidad la fe de un científico en una determinada hipótesis, fe compartida luego por otros científicos hasta que se pueda demostrar su error. Pero, mientras tanto, puede socializarse a tal punto que pasa a formar parte de la cultura y pocos se atreven a refutarla. Faltando a la ética y a las reglas fundamentales de la ciencia, se tiende a veces a rechazar toda prueba que invalide la tesis ortodoxa o alguna hipótesis alternativa.

Conocemos bien los clásicos casos de Giordano Bruno y de Galileo. Pero la ocultación sigue ocurriendo aún hoy: En pinturas rupestres de la cueva de Lussac (Francia), como en el desierto de Kalahari (Sudáfrica) y en cuevas de Rusia, se han descubierto pinturas donde se ven seres humanos vestidos a la usanza moderna (chaqueta, pantalones, botas, sombrero)... hace 12.000 años, según la datación geológica. No eran Homo Sapiens pero podían ser Cro-Magnon. En Lussac, no hay acceso a la cueva y en el museo del lugar solo se reproducen las pinturas rupestres "clásicas": ¡nada de exhibir hombres vestidos! (Lloyd, p.29)


En suma, como señalaba Michael Callon en su teoría del actor-red, el ser humano no puede ser separado de los “vehículos” que utiliza, como tampoco de los significados que transmite en forma directa o indirecta (a través de sus obras – teóricas o prácticas –, que pueden perdurar por largo tiempo). La “inteligencia” de la evolución cultural depende de la inteligencia individual (imaginación) combinada con las redes de comunicación (difusión) y con el provecho resultante para él y otros (juego de suma no nula).

Referencias:
Callon, M., Ferrary, M. (2006): “Les réseaux sociaux à l'aune de la théorie de l'acteur–réseau”, Sociologies pratiques 2/2006 (n° 13), pp.37–44
Lloyd,  E. (2005): Voices from legendary Times, IUniverse.
Wright, R. (2006): Nadie pierde, La teoría de juegos y la lógica del destino humano, Barcelona, Tusquets.

[Extracto de mi libro de próxima publicación 
"Redes inteligentes - El poder de la comunicación"]

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